Acababa de mordisquear el primero de los langostinos que llenaban una fuente tentadora, cuando me dirigí al camarero que nos atendía en Casa Bigote, local histórico en Sanlúcar de Barrameda: “Estas piezas son espléndidas ¿por qué las sirven casi heladas?”. Su gesto de extrañeza fue tan llamativo que me ahorró otros comentarios. Si la clientela no protestaba procedía a resignarse. Aun así, volví a manifestar mi desacuerdo. ¡Maldita temperatura, el frío los desfigura!, exclamé en voz alta.